lunes, 11 de abril de 2011

RECUPERACIÓN RELIGIÓN GRADO UNDECIMO

INSTITUCIÓN EDUCATIVA SANTO TOMÁS


RECUPERACIÓN RELIGIÓN GRADO: UNDECIMO

Las respuestas deben ser enviadas al correo alterno esmeraldita43@gmail.com  Tienes plazo hasta las 24 horas del 12 de Abril
Buena suerte
"Se dice que el hombre, en el momento de nacer, es el más ignorante de los animales”. En efecto, los instintos capacitan a las restantes especies (a unas más que a otras) para una rápida adaptación a sus ambientes específicos. Dentro de ese círculo, muy estrecho por cierto, el animal se conduce con acierto innato. Como contrapartida a los animales les espera una vida prefabricada, en la que las variaciones y las innovaciones son mínimas y hay muy poco que aprender.

En el caso del hombre, el ajuste al medio no se produce de manera inmediata, sino que exige un largo proceso de aprendizaje. A diferencia de otras especies, el hombre necesita mucho tiempo para aprender a andar, a comunicarse con sus congéneres, a procurarse el alimento por sí mismo, etc. Carente, en buena medida, de instintos, el ser humano tiene que hacerse a sí mismo. Su vida está abierta y tiene que hacer de ella una tarea eligiendo y adoptando actitudes. Esto nos acerca al concepto de libertad.

Ahora bien, sin inteligencia no hay libertad.“Donde hay inteligencia, hay libre albedrío (libertad)”, decía el filósofo cristiano Tomás de Aquino. Muchas observaciones e investigaciones con animales muestran que, en medida que algunos de ellos manifiesta cierta inteligencia práctica, no les es ajeno del todo cierto germen de libertad: un chimpancé puede detenerse súbitamente en su intento de tomar unos plátanos que están suspendidos del techos, puede inspeccionar el entorno y unir unos tubos dejados a su alcance por el experimentador para alcanzar con ellos la comida. El animal ha sido capaz de dejar por unos momentos en suspenso el apetito para solucionar un problema. Pero los animales, incluso en sus manifestaciones más asombrosas de inteligencia, actúan movidos por estímulos y deseos presentes y relacionados con alguna necesidad básica. Su inteligencia les capacita para resolver sencillos problemas siempre orientados a la satisfacción de alguna necesidad básica. Por ello, en general, tienen que hacer lo que están programados para hacer. No se les puede culpar, ni juzgar, como tampoco alabar o aplaudir por algo que hayan hecho o dejado de hacer. El caso del ser humano es muy diferente: nuestra inteligencia y nuestra voluntad colaboran para hacer proyectos, anticipar consecuencias, controlar deseos, e incluso necesidades vitales, y actuar libremente. Aunque las circunstancias nos empujen, tenemos la posibilidad de opción, en la situación en que se existe, entre una determinada línea de conducta y otra distinta de ella. La libertad nos diferencia de todos los seres que actúan de una sola forma posible, sean los planetas o las abejas. No decimos, por ejemplo, que las termitas soldado, que muchas veces sacrifican su vida para proteger el hormiguero, sean héroes; pero sí decimos que es heroica o muy elogiable la conducta del alpinista que, exhausto, baja a un compañero de cordada, enfermo o lastimado, por una escarpada pared, jugándose la vida. El terrible dolor que siente en sus brazos y en sus piernas, el riesgo y el miedo cesarían con sólo el gesto de desenganchar el pesado cuerpo que lleva suspendido. El mortal descenso se convertiría así en una dificultad menor. Somos animales, estamos hechos de la misma pasta biológica, que se conforma y reproduce por idénticos procedimientos. Pero la animalidad humana ha sido elevada a un nivel de realidad más complejo, que nos hace ser animales de otro modo cualitativo.

Estamos, pues, dotados de unas diferencias genéticas (muy pocas, pero suficientes) que han posibilitado la formación de un cerebro especialmente desarrollado y dotado de capacidades extraordinarias: pensamiento abstracto, autoconciencia, lenguaje, libertad y responsabilidad, apertura a la pregunta por el sentido y el fundamento, y también al diálogo con el absoluto.

Todo este conjunto de características es lo que nos permite defender una concepción singular y cualitativamente diferenciada del ser humano, que no está reñida con su entroncamiento en el proceso evolutivo.

Somos animales y, por eso, sentimos como ellos, pero nuestro sentir está elevado y configurado por una estructura nueva: se trata de un sentir inteligente, vertido a la realidad de un modo no cerrado y determinista sino libre y responsable.

Somos, pues, razón, sentimientos y voluntad libre, lo que nos obliga a hacernos cargo de nuestra propia realidad, teniendo que decidir el ideal de persona que queremos llegar a ser, y teniendo que hacer de nuestra vida una interminable tarea de perseguir con nuestros actos libres dicha meta, no de modo autosuficiente sino entrelazados con los demás componentes de nuestra especie, y abiertos de forma permanente a trascender nuestra propia realidad, en una doble dimensión: trascendencia intrahistórica y trascendencia escatológica.

Es razonable, por tanto, concluir atención y respeto hacia la naturaleza y las especies animales, especialmente las más dotadas y semejantes a nosotros.

Después de leer el texto contesta

1. Los seres humanos cuando llegan al mundo les espera un gran proceso de aprendizaje. Enumere algunas de las tareas que debe asumir el ser humano

2. Señala tres diferencias importantes que encuentras entre el comportamiento del ser humano y el de los animales.

3. Para qué están programados los animales?

4. Para qué le sirve la inteligencia al ser humano?

5. Los animales son libres?

6. Los seres humanos son libres?

7. Cuál es la diferencia entre la singularidad del ser humano y el individualismo?

8. El ser humano se hace así mismo?

9. Cuál es el sentido de la vida?

10. Explique en pocas palabras el eje central del documento leído en este periodo, de los derechos sexuales de las mujeres.

sábado, 9 de abril de 2011

RECUPERACIÓN ETICA GRADO UNDECIMO

RECUPERACION ETICA
GRADO UNDECIMO

Debes leer el siguiente texto y contesta el cuestionario, dejas tus respuestas en el correo alterno esmeraldita43@gmail.com dejas tu nombre ,apellido y el grado al cual perteneces. Tienes plazo hasta las 24 horas del día 12 de Abril.
Mucha suerte



!Te conozco, ¡tú eres igual que yo!



Stan Dale es uno de nuestros amigos más íntimos. Stan dirige un seminario sobre el amor y las relaciones, con el título «Sexualidad, amor e intimidad». Hace varios años, en su interés por llegar a saber cómo era realmente la gente en la Unión Soviética, se fue allí a pasar dos semanas en compañía de otras veintinueve personas. Cuando narró sus experiencias en la hoja informativa que él mismo publica, una de las anécdotas nos afectó en lo más profundo.

Mientras andaba por un parque en la ciudad industrial de Jarkov, vi a un anciano veterano ruso de la segunda guerra mundial. Es fácil identificarlos por las medallas y cintas que todavía exhiben orgullosamente en sus camisas y chaquetas. No lo hacen por exhibicionismo, es la forma que tienen en su país de homenajear a quienes les ayudaron a salvar Rusia, por más que los nazis mataran a veinte millones de rusos. Me acerqué a aquel anciano que estaba allí sentado con su mujer y le dije: «Droozhba, emin (amistad y paz). El hombre me miró con incredulidad, tomó la insignia que habíamos hecho para aquel viaje y que decía «amistad» en ruso y mostraba los mapas de los Estados Unidos y de la Unión Soviética, sostenidos por dos manos amistosas, y me preguntó:

—¿Amerikanski?

—Da, amerikanski —le respondí—. Droozhba, emir.

Me cogió ambas manos como si fuéramos hermanos que no se habían visto desde hacía tiempo, y volvió a repetir: «¡Amerikanski!», pero esta vez había reconocimiento y afecto en su voz.

Durante algunos minutos él y su mujer me hablaron en ruso, como si yo pudiera entenderlos, y yo les hablé en inglés como si creyera que él me entendía. Y ¿sabéis qué? Ninguno de los dos entendió una palabra, pero es indudable que nos comprendimos. Nos abrazamos, nos reímos y lloramos, repitiendo todo el tiempo «Droozhba, emir, amerikanski. «Te amo, estoy orgulloso de estar en tu país, nosotros no queremos la guerra. ¡Te amo!"

Pasados unos cinco minutos, nos dijimos adiós y los siete que formábamos nuestro pequeño grupo seguimos andando. Quince minutos después, cuando estábamos ya a considerable distancia, el mismo viejo veterano nos alcanzó. Se me acercó, se quitó la medalla de la Orden de Lenin (probablemente su posesión más preciada) y me la prendió en la solapa. Después me besó en los labios y me dio uno de los abrazos más cálidos y afectuosos que jamás he recibido. Y los dos lloramos, nos miramos a los ojos durante un tiempo larguísimo y nos despedimos con un «Dossvedanya» (adiós).





El relato anterior es un símbolo de todo nuestro viaje de «Diplomacia ciudadana» a la Unión Soviética. Cada día encontrábamos cientos de personas en todos los lugares posibles e imposibles. Ni los rusos ni nosotros volveremos jamás a ser los mismos. Ahora hay cientos de escolares de las tres escuelas que visitamos que ya no estarán tan dispuestos a pensar que los norteamericanos son gente que quiere «nukearlo» (destruirlos con armas nucleares). Hemos bailado, cantado y jugado con niños de todas las edades, y hemos intercambiado besos, abrazos y regalos. Ellos nos dieron flores, pastas y dulces, insignias, dibujos, muñecas... y, lo más importante, nos abrieron su corazón y su mente.

En más de una ocasión nos invitaron a presenciar sus bodas y a ningún miembro de su familia biológica podrían haberlo aceptado, saludado y agasajado de forma más cálida y afectuosa que a nosotros. Intercambiamos abrazos y besos, bailamos y bebimos champán, cerveza y vodka con los novios, con los abuelos y con el resto de la familia.

En Kursk fuimos recibidos por siete familias rusas que se ofrecieron a agasajarnos con una maravillosa cena y con su afable conversación. Cuatro horas más tarde, ninguno de nosotros quería irse. Ahora, todos los de nuestro grupo tenemos una nueva familia en Rusia.

La noche siguiente nosotros agasajamos a «nuestra familia» en el hotel. La banda tocó casi hasta medianoche y... ¿qué os imagináis? Una vez más, comimos, bebimos, charlamos, bailamos y lloramos cuando llegó la hora de despedirnos. Y bailamos cada canción como si fuéramos amantes apasionados... porque eso éramos, exactamente.

Podría seguir hablando eternamente de nuestras experiencias y, sin embargo, no habría manera de transmitiros exactamente cómo nos sentíamos. ¿Cómo os sentiríais vosotros, al llegar a vuestro hotel en Moscú, si os estuviera esperando un mensaje telefónico de la oficina de Míhail Gorbachov, diciendo que lamenta no poder veros ese fin de semana porque no está en la ciudad, pero que en cambio ha dispuesto, para todo vuestro grupo, una reunión de dos horas, una mesa redonda con una media docena de miembros del Comité Central? Y con ellos mantuvimos una conversación sumamente franca sobre mil cosas, incluso sobre sexualidad.

¿Cómo os sentiríais si más de una docena de ancianas, con sus pañolones anudadas bajo el mentón, bajaran de sus viviendas para abrazaros y besaros? ¿Qué sentiríais cuando vuestras guías, Tania y Natasha, os dijeran (y dijeran a todo el grupo) que no habían visto jamás a nadie como vosotros? Y cuando nos fuimos, todos, los treinta, lloramos porque nos habíamos enamorado de aquellas mujeres fabulosas, y ellas de nosotros. ¿Cómo os sentiríais? Probablemente, igual que nosotros.

Está claro que cada uno tuvo su propia experiencia, pero es indudable que en el total hay algo que destaca especialmente: la única forma en que vamos a asegurar la paz sobre este planeta es adoptar como «nuestra familia» al mundo entero. Vamos a tener que abrazarlos y besarlos, y bailar y jugar con ellos. Tendremos que sentarnos a hablar, pasearemos y jugaremos juntos. Porque, cuando lo hagamos, descubriremos que es verdad que existe la belleza en cada uno de nosotros, que todos nos complementamos los unos con los otros y que todos empobreceríamos si no nos tuviéramos mutuamente. Entonces el dicho «Te conozco porque tú eres como yo» tendría un significado más profundo: «¡Ésta es «mi familia», y con ellos estaré pase lo que pase!».

Stan Dale



Despues de leer este texto contesta



1.Quien es Stan?

2.Por qué está en la Unión Sovietica?

3. Cuál es la costumbre de los rusos que muestra la lectura?

4.Stan fue a la Unión Sovietica por capricho? Argumenta tu respuesta

5. Escribe una orden que encuentres en la lectura

6. Cómo encontrar la paz en el mundo según la lectura?

7.En qué se distinguen las órdenes y las costumbres de los caprichos?

8. Son las órdenes, las costumbres y los caprichos motivos adecuados para obrar? Por qué? Da dos ejemplos en que sí y dos en que no.

9.Qué diferencia hay entre hacer lo que uno quiere y hacer lo que a uno le viene en gana?

10. Qué significa que el hombre es una “realidad cultural”?

11. Qué significa la libertad bien entendida para Savater? ¿Qué relación existe entre libertad y responsabilidad?

12.Explique los ejes principales de los dos capítulos de Ética para Amador vistos en el primer periodo

RECUPERACION ETICA GRADO DECIMO JSG

RECUPERACION ETICA


SEGUNDA PARTE

GRADO DECIMO

JSG

Después de haber presentado el análisis del texto de la "Sonrisa" de Antoine de Saint-Exupéry responde el siguiente cuestionario. El texto de la sonrisa está en la fotocopiadora
Debes dejar las respuestas en el correo alterno esmeraldita43@gmail.com con tu nombre , apellido y al grupo al que perteneces.
Tienes plazo hasta las 24 horas del 12 de Abril.






1. Juan, se diferenciaba de los demás miembros de la bandada porque:

a) Era el más fuerte e inteligente

b) Le agradaba mucho volar

c) Respetaba a sus padres

d) Ayudaba a las gaviotas más viejas

e) Era el más joven de todos



2. Los padres de Juan se sentía respecto de su hijo:

a) Orgullosos

b) Avergonzados

c) Importantes

d) Indiferente

e) Tristes.



3. Cuando Juan se destacó en su tarea fue:

a) Premiado por la bandada

b) Expulsado de la bandada

c) Indiferente a la bandada

d) Encerrado por la bandada

e) Elegido jefe de la bandada.



4. Juan con respecto a sus padres era un hijo

a) Insolente

b) Rebelde

c) Obediente

d) Sumiso

e) Preocupado.



5. El padre de Juan intenta que su hijo cambie:

a) Siendo indiferente a lo que su hijo hace

b) Argumentando a favor de la vida de las gaviotas

c) Apelando a los sentimientos de su hijo

d) Dándole la espalda y expulsándolo de casa

e) Castigándolo y dejándolo encerrado.



6."No hay forma de evitarlo. Soy gaviota. Soy limitado por la naturaleza. Si estuviese destinado a aprender tanto sobre volar, tendría por cerebro cartas de navegación. Si estuviese destinado a volar a alta velocidad, tendría las alas cortas de un halcón, y comería ratones en lugar de peces. Mi padre tenía razón. Tengo que olvidar estas tonterías. Tengo que volar a casa, a la Bandada, y estar contento de ser como soy: una pobre y limitada gaviota." ¿De quién son estas palabras?

a) Del narrador de la historia

b) De Richard Bach, autor de la novela

c) De un amigo de Juan que se inicia en el vuelo

d) De una voz interna de Juan, cuando fracasa

e) De Pedro, el discípulo de Juan.



7. ¿Irresponsabilidad? ¡Hermanos míos! -gritó-. ¿Quién es más responsable que una gaviota que ha encontrado y que persigue un significado, un fin más alto para la vida? ¡Durante mil años hemos escarbado tras las cabezas de los peces, pero ahora tenemos una razón para vivir; para aprender, para descubrir; para ser libres! Dadme una oportunidad, dejadme que os muestre lo que he encontrado... Con estas palabras Juan intentó defenderse ante:

a) Sus amigos

b) Sus Padres

c) La Bandada

d) El Consejo

e) La Gran Gaviota.



8. Juan Salvador Gaviota -dijo el Mayor-. ¡Ponte al Centro para tu Vergüenza ante la mirada de tus semejantes! Sintió como si le hubieran golpeado con un madero. Sus rodillas empezaron a temblar, sus plumas se combaron, y le zumbaron los oídos. ¿Al Centro para deshonrarme? ¡Imposible! ¡El Descubrimiento! ¡No entienden! ¡Están equivocados! ¡Están equivocados! -... por su irresponsabilidad temeraria -entonó la voz solemne-al violar la dignidad y la tradición de la Familia de las Gaviotas... Ser centrado por deshonor significaba que le expulsarían de la sociedad de las gaviotas, desterrado a una vida solitaria en los Lejanos Acantilados. -... algún día, Juan Salvador Gaviota, aprenderás que la irresponsabilidad se paga. La vida es lo desconocido y lo irreconocible, salvo que hemos nacido para comer y vivir el mayor tiempo posible. ¿Cuáles son las "voces" que se expresan en el párrafo anterior? Marca todas las que consideras correctas.

I. La del Consejo

II .La de Juan

III .La de la Gaviota Mayor

IV. La de los padres de Juan

V .La del Narrador

a) Sólo I

b) Sólo I y V

c) Sólo II y IV

d) Sólo II, III

e) Sólo I, II, III, IV y V



9. Sin decir palabra, Juan les puso a prueba, prueba que ninguna gaviota había superado jamás. Torció sus alas, y redujo su velocidad a un sólo kilómetro por hora, casi parándose. Aquellas dos radiantes aves redujeron también la suya, en formación cerrada. Sabían lo que era volar lento. Dobló sus alas, giró y cayó en picado a doscientos kilómetros por hora. Se dejaron caer con él, precipitándose hacia abajo en formación impecable. Por fin, Juan voló con igual velocidad hacia arriba en un giro lento y vertical. Giraron con él, sonriendo. ¿Qué representan estas dos aves? Por fin Juan encontró a sus amigos Juan se volvió loco de soledad Representan el paso a otro nivel Son los padres que vienen a buscar a Juan Son los discípulos de Juan.

Tal como le había iluminado toda su vida, también ahora el entendimiento iluminó ese instante de la existencia de Juan Gaviota. Tenían razón. El era capaz de volar más alto, y ya era hora de irse a casa. Echó una larga y última mirada al cielo, a esa magnífica tierra de plata donde tanto había aprendido. ¿De qué se dio cuenta Juan?

a) De que era un exiliado en este mundo

b) De que había muerto de viejo y solo De que era hora de partir a otros lugares

c) De que era hora de volver a casa con la bandada

d) De que ya la había aprendido todo.



10 Al inicio del primer capítulo Juan estudiaba y practicaba la forma de realizar un vuelo pausado

a) Verdadero

b) Falso.



11. Es común para una gaviota el realizar aterrizajes con sus patas encogidas

a) Verdadero

b) Falso



12. Las gaviotas viejas preferían robar los peces atrapados por las gaviotas jóvenes en lugar de pescarlas ellas mismas.

a) Verdadero

b) Falso.



13. Juan jamás quiso incorporarse a asimilar las costumbres de la bandada:

a) Verdadero

b) Falso.



14. Los padres de Juan influenciaron en él para que fuera diferente del grupo o la Bandada:

a) Verdadero

b) Falso.



15. Juan volvió a la Tierra para vengarse de la Bandada:

a) Verdadero

b) Falso.

martes, 5 de abril de 2011

ELLOS Y ELLAS


ELLAS Y ELLOS

Sonó el timbre que anunciaba el inicio del recreo. Los alumnos comenzaron a cerrar sus carpetas y a guardar los bolígrafos en los estuches. La profesora preguntó si habían tenido tiempo para terminar la redacción y la mayoría respondió no, que ya se la entregarían en la próxima clase.
Carlos cogió con las dos manos el folio escrito a lápiz plagado de tachaduras y dibujos, se fijó en Julia una vez más sin que ella se diera cuenta y comenzó a leerlo en silencio.

“”Julia está cada día más buena. Tiene un cuerpo 10 en bañado res morena, ni alta ni baja.
Lleva el pelo corto como un chico, pero con un toque bastante femenino.
Sus ojos son grandes y oscuros. Algunas veces tuerce un poco la boca y se muerde el labio; es un gesto estudiado. Luego tenemos su voz: es agradable; fuerte y dulce al mismo tiempo.
Pero lo mejor de Julia es su personalidad. Ya no es ninguna niña. Se enrolla bien. Puedes hablar con ella de cualquier cosa. Lo malo es que se lo tiene un poco creído.””

Isabel, la profesora, se había acercado hasta la mesa de Carlos con algunos ejercicios de otros compañeros en la mano. -¿Me lo das? -preguntó amistosamente.
-No, éste no -respondió él con gesto simpático. Isabel disfrutaba leyendo los trabajos de Carlos. Eran diferentes a los delos otros alumnos. Cuando los corregía, escribía al lado de la calificación coletillas como “tiene vida”, “muy original”, e incluso “extraordinario”, “sensacional”, me ha emocionado”. -Venga hombre, déjame que le eche un vistazo.-Que no, que no -negó esta vez más serio-. Que me ha salido un churro. Mañana le traigo un buen retrato de... del Caníbal, si le parece bien. El titular de semejante apodo no era otro que el director del centro. -No, a don Mateo déjamelo tranquilo. Si quieres, intenta retratarme a mí. A Carlos le sorprendió la propuesta, pero no tardó en reaccionar. -Vale, eso está hecho. -Y ya de paso me quitas alguna arruga y estas canas que me salen aquí arriba. -No hay problema; váyase tranquila que la voy a dejar todo lo guapa que es usted. La profesora volvió a sonreír. Dio al chico una palmadita en la espalda, cerró su cartera y se despidió hasta el día siguiente. En el aula sólo quedaron Carlos, Julia; sus amigas Cristina, Tere y Gema; y un par de jóvenes más. Carlos se levantó. Abrió una de las ventanas y asomó al exterior buena parte del cuerpo de la cintura para arriba. El tibio sol de aquella mañana de mayo proporcionaba a su alborotada cabellera de color castaño y a sus ojos marrones un tono dorado. Echándose hacia atrás con suavidad respiró el olor de la hierba recién segada, escuchó el trino de dos gorriones que jugueteaban en el saledizo del tejado, sintió la caricia del sol en sus mejillas y, al mirar otra vez hacia adelante, divisó las hojas verdes en los chopos del cauce del río. “Ya es primavera”, pensó, e inmediatamente brotaron de su memoria aquellas palabras que le gustaba repetir cuando era más pequeño: “la primavera ha venido y nadie sabe cómo ha sido”.
Después, acudieron a su mente imágenes de jardines y céspedes plagados de margaritas; del vuelo indeciso de abejas y mariposas; de paseos por el campo en busca de nidos o plantas para elaborar un herbario; de atardeceres más largos...“¿Cómo será esta primavera?...”, se preguntó luego .Alguien se le acercó sigilosamente por la espalda. -¡Salta, conejo! Era Pedro, con su sobre camisa vaquera al hombro. -¡Tío, me has asustado! ¿Oye, vaya horas de venir, no? -Calla y mira esto -respondió el muchacho, y extrajo algo de uno de sus bolsillos.
Era una caja metálica del tamaño de un monedero. La abrió con cuidado y en su interior aparecieron, ordenados en diferentes compartimentos, unos cuantos anzuelos adornados con hilos y plumillas de colores. -¡Ya están hechas! -exclamó Carlos. -Media docena de tricópteros y cuatro efímeras dánicas. Con estas moscas no se nos resiste ni la trucha más vieja y lista que haya en el río. -Ésta te ha quedado de miedo -admitió el más joven de los dos, y señaló la que presentaba una mayor gama de tonos azafranados. -Sí, ésta es la mejor. Fíjate en las alas: me he tirado más de media hora para montárselas. Nada más decir esto y prenderla con la punta de los dedos se le cayó al suelo. -¡Cagüen diez! -Tranqui, que está aquí -la vio Carlos y se agachó a recogerla. -Anda, ¿y esos zapatos tan chulos? –preguntó Pedro. -No son zapatos, ceporro. Eran unas botas de piel marrón. Parecían cosidas a mano; sus cordones llegaban hasta más arriba del tobillo. -Me las ha regalado mi tío, el australiano. Ha venido a pasar unos días. -Son guapas. Éstas te duran toda la vida. -Sí, moriré con ellas puestas -bromeó Carlos-. Cuando vaya allí traeré unas iguales para ti.
Su amigo le miró desconcertado. -¿Entonces, va en serio lo de marcharte con él? -Qué va, todavía no lo sé. Carlos volvió a asomarse a la ventana, respiró hondo y expulsó el air el lentamente. -¿Qué opinan tus viejos? -inquirió Pedro. -Mi padre dice que adelante, que ya le ayudarán en la pollería mis otros dos hermanos. Mi madre es la que pone más pegas... Ayer se me sentó un rato a hablar del tema y terminó llorando como una descosida.
-¿Y tú, cómo lo ves? -Por un lado, lo veo bien. Mi tío ha dicho que allí podría seguir estudiando, y al mismo tiempo, aprender a llevar el rancho. Pero por otro... ¡Uf, está
tan lejos!... Pedro agachó la cabeza, y moviéndola hacia los dos lados expresó su
parecer: -Te veo de ranchero en Australia, querido Charles. -¡Vente conmigo; hay sitio para los dos! -y pidió con un gesto a su compañero que dijera que sí. -Ni loco; allí no hay truchas. -¡Pero podemos ir a pescar tiburones y pez espada! -No es lo mismo -resolvió Pedro después de chascar la lengua. Carlos quería haber dejado bien claro que aún no tenía nada decidido, que se lo iba a pensar detenidamente durante el verano; pero le interrumpió el hermano pequeño de Julia, que venía con otros dos chiquillos. -¿Eh, me compras un bocata? Carlos se alegró al ver a Javi. -¿Cuántos te has comido hoy ya, bribón? –Uno respondió el niño-. Bueno, y un trocillo del de Juan -añadió, y pasó la mano sobre la coronilla del más bajo de sus acompañantes. -A ver, levántate la camiseta. El pequeño, presto, les enseñó su oronda barriga. -¿Sólo uno y un trocillo? -se extrañó Pedro- ¡Ahí dentro tienes, por lo menos, dos bocadillos, un  paquete de gusanitos, una chocolatina y media docena de caramelos! Los otros dos niños rieron.
-¡Que tengo hambre, joé! Julia, Tere, Cristina y Gema observaban muy atentas cómo se las entendían
Carlos y Pedro con los pequeños. -Pues diréis lo que queráis -requirió Tere la atención de sus amigas-; pero a Pedro, con ese corte a maquinilla, me lo han dejado hecho un San José. -De eso nada -replicó Cristina-; ha perdido medio punto en la escala Richter. Julia preguntó a Gema qué le parecía a ella, que era la más interesada. -Jo, no sé, le queda superbién –respondió tras quitarse las gafas-. Pero antes. con esos rizos que le salían también estaba muy mono. -¡Ay, para ya quieta con el pelo, que me pones nerviosa! -le recriminó Tere. Gema tenía la manía de echarse a un lado, muy a menudo, su rubia melena. -Y tú podrías dejar de toquetear ese arito que te has puesto en la nariz, y sacarte el lápiz de la boca -reprochó Cristina a Tere. -¡Uy, habló la mosquita muerta! Me como el lápiz porque no tengo otra
cosa mejor que comerme. Tere se dio cuenta enseguida de que había ofendido a sus compañeras.
-Es que... me ha venido la regla y estoy un poco alterada. -Que no nos hemos enfadado, tonta -respondió rápidamente Cristina. -Dame un besillo, Geminguay. Tú también, Cris. Las dos se arrimaron a dárselo.
Julia no había vuelto a intervenir. No quería perder de vista lo que hacía su hermano.
-¡Javi, ven aquí ahora mismo! –le ordenó en el momento en que vio que Carlos iba a darle unas monedas. -¡Que vengas pitando! -repitió al comprobar que se hacía el remolón. Carlos le recomendó que obedeciera a Julia. El pequeño, que sabía que no debía hacer rabiar a su hermana, hizo caso. -¡Jo, es que tengo hambre! -se quejó el niño con voz lastimera al llegar a su lado. Julia se agachó, le puso bien la camiseta y le instó a que se fuera a jugar al patio y no molestara más. -Javi, como sigas comiendo tanto no vas a caber por la puerta, y además no te van a querer las niñas -interrumpió Cristina con algo de guasa. -¡Tú coja, te callas!
Cristina no respondió. Gema y Tere quedaron mudas. Carlos y Pedro no estaban atentos porque habían reanudado su conversación. Julia se incorporó, Javi se cubrió la cara creyendo que su hermana iba a propinarle un sopapo y entonces intervino Cristina: -Ven, acércate.
El pequeño acató el mandato sumisamente, y antes de que la joven volviera a pronunciarse, alegó lo siguiente: -Cris, perdona, ya sé que me he pasado. -¡Vaya si te has pasado –habló Tere-; por lo menos un pueblo y dos gasolineras!
A continuación, Javi arqueó las cejas y añadió moviendo afirmativamente la cabeza y convencido:
-La verdad es que lo de la pierna casi no se te nota. -Y a ti tampoco la tripilla, tonto.
Tras decir esto, Cristina hizo un gesto muy suyo: entreabrió los ojos, unió sus finos labios y dibujó en el rostro una sonrisa llena de placidez. -Eres la más guapa de las cuatro –saltó el crío de repente.
-¿De veras? -Sí, tienes cara de muñeca. -¡Vaya piropo! -exclamó Gema. Tere soltó una carcajada y luego suspiró. Julia puso cara de estar sorprendida. -Cuando seas mayor, ¿querrás ser mi novio? -preguntó Cristina. -Sí, pero no creo que me parezca a ese de la carpeta. Javi señaló la foto de un actor de moda. Junto a ella había otras fotos más pequeñas de cantantes, modelos publicitarios masculinos y un dibujo de Snoopy. -¡Esa es la carpeta de Gema! -aclaró Cristina. Sin esperar la contestación del niño, Tere intervino: -Venga Javi, no seas loro; déjanos solas, que tenemos que hablar de nuestras cosas.
-Ya va a ser la hora de volver a clase -advirtió Julia a su hermano-, así que no pidas dinero a nadie para comprar nada. El pequeño farfulló algo, hizo un gesto a sus acompañantes y se despidió desenvolviendo una piruleta. El aula permanecía semivacía, aunque ya comenzaban a entrar algunos compañeros que daban por finalizado el recreo. -Bueno, a lo nuestro -continuó Tere-. Estábamos en que Pedro, después del pelado que le han hecho con la moto sierra, ya sólo nos gusta a Gema y a mí, ¿no? Pues muy bien –sentenció con magnanimidad:- para ti todo, Geminguay. -¿Y con Carlos qué hacemos? -preguntó Cristina. -¡Uy, a Carlos no lo vendo! -respondió Tere, al tiempo que cogía un folio y se abanicaba majestuosamente-. Si es que... ¡mirad que culito tiene! -La verdad es que está un rato bueno -concedió Gema-, como un queso. -Pero esas posturas que se marca para que le veamos los musculitos se las tiene muy ensayadas -repuso Cristina. Tere explotó la pompa que acababa de hacer con el chicle: -Le gusta que le bailen el agua. Luego se dirigió a Julia: -¡Tú: que estás muy calladita! -Sin comentarios...
-¿A ver, a ti, de verdad de verdad, qué es lo que más te mola de Carlos? -le preguntó Gema.
Julia se lo pensó un instante; a continuación, mirando al chico, se mordió el labio y respondió: -Me gusta esa sonrisa pícara que tiene. -Tú si que eres picarona -saltó Tere-; que no dices nada, pero estás que se te cae la baba por él. -¿A quién, a mí? -Sí, a ti -la acusó Cristina. -Estáis muy equivocadas, queridas -negó Julia con tono misterioso. En ese momento sonó el timbre y fueron entrando en el aula las chicas chicos que estaban esperando fuera seguidos por Andrés. Las cuatro amigas decidieron dejar aparcada su conversación.
Andrés, el profesor que impartía las asignaturas relacionadas con filosofía y ética, era uno de los favoritos de los alumnos. Aparentaba rondar los cincuenta años, aunque resultaba difícil precisar su edad. Tenía una gran mata de pelo gris y blanco, y una barba rala también encanecida. Le gustaba vestir
con gruesas chaquetas de lana y pantalones holgados de pana o de loneta. Por lo demás, era muy raro verlo triste o malhumorado, aunque tampoco podría decirse que su imagen era la de un hombre dichoso o alegre. Mientras esperaba que los chavales terminaran de mover las mesas y las sillas, de seguir hablando entre ellos y de sentarse, el profesor acudió despacio a la ventana que tenía más cerca y dejó que su mirada se perdiera en algún punto del exterior. Al cabo de unos instantes, cuando ya todos se habían callado, empezó a hablar: -Días como estos no se hicieron para ir a la escuela. Luego, añadió con gesto solemne: -...Eso decía mi amigo Tomas Sawyer. Un muchacho del fondo preguntó si lo que la frase quería decir es que podían irse a casa. Andrés respondió que no, que días como ese tampoco se
habían hecho para estar en casa, y que ya que habían venido, aprovecharía para tener una clase con ellos.
-A propósito, ¿quién falta? -preguntó después de echar un vistazo por todas las mesas. No hubo respuesta. -Falta Roberto, para variar. ¿Alguien más? -Falta también Íñigo -contestó Jordi.-Jorge López, eres un chivato -lo acusó Manolo, enfundado en su chándal del Real Madrid, que a diario sólo alternaba con otro de la Selección española de fútbol. -¡Es un pelota! –alzó la voz Tere desde la otra punta -Es que... me ha pedido que le dijera que tenía que ir al dentista, y que igual no llegaba a tiempo. -Sí, y el porro que estaba fumando con Roberto debajo del puente era la anestesia -murmuró Pedro, con cuidado para que sólo lo oyeran los que se encontraban más cerca de él. Andrés pidió a Manolo que se sentara como es debido. El muchacho, respetuoso, dejó caer su corpachón, y con él la silla hacia delante.
-Bien -continuó el profesor-. Lo que quisiera hacer hoy es repasar con vuestra ayuda algunas cuestiones que ya hemos tratado a lo largo del curso. Los chavales mostraron cierto desánimo. -Después, comentaré lo que nos queda por ver este trimestre y os hablaré de un trabajo que debéis realizar. Nada más oír la palabra “trabajo”, todos comenzaron a gesticular y a hacer patente con un variado repertorio de interjecciones su desagrado. -¿Puede decirnos en qué consiste? -preguntó Jordi. -Lo sabréis un poco más tarde -respondió el profesor-. Antes debemos situarnos y tener en cuenta una serie de ideas que nos ayudarán a entender mejor por qué es realmente interesante este trabajo que vais a hacer, ¿de acuerdo? Jordi asintió con la cabeza. -Estupendo -concluyó el hombre, mientras sacaba de su archivador unas cartulinas que utilizaba a modo de guiones-. Pues entonces, empecemos ya.
Este texto está escrito en la forma cómo hablan algunos españoles. No es tan importante la forma sino el fondo de la discusión.

ETICA PARA AMADOR CAPITULO 3



HAS LO QUE QUIERAS: ETICA PARA AMADOR
CAPITULO 3

Decíamos antes que la mayoría de las cosas las hacemos porque nos las mandan (los padres cuando se es joven, los superiores o las leyes cuando se es adulto), porque se acostumbra a hacerlas así (a veces la rutina nos la imponen los demás con su ejemplo y supresión -miedo al ridículo, censura, chismorreo, deseo de aceptación en el grupo...y otras veces nos la creamos nosotros mismos), porque son un medio para conseguir lo que queremos (como tomar el autobús para ir al colegio) o sencillamente porque nos da la ventolera o el capricho de hacerlas así, sin más ni más.
Pero resulta que en ocasiones importantes o cuando nos tomamos lo que vamos a hacer verdaderamente en esto, todas estas motivaciones corrientes resultan insatisfactorias: vamos, que saben a poco, como suele decirse.
Cuando tiene uno que salir a exponer el pellejo junto a las murallas de Troya desafiando el ataque de Aquiles, como hizo Héctor; o cuando hay que decidir entre tirar al mar la carga para salvar a la tripulación o tirar a unos cuantos de la tripulación para salvar la carga; o... en casos semejantes, aun. que no sean tan dramáticos (por ejemplo sencillito: ¿debo votar al político que considero mejor para la mayoría del país, aunque perjudique con su subida de impuestos mis intereses personales, o apoyar al que me permite forrarme más a gusto y los demás que espabilen?), ni órdenes ni costumbres bastan y no son cuestiones de capricho. El comandante nazi del campo de concentración al que acusan de una matanza de judíos intenta excusarse diciendo que «cumplió órdenes », pero a mí, sin embargo, no me convence esa justificación; en ciertos países es costumbre no alquilar un piso a negros por su color de piel o a homosexuales por su preferencia amorosa, pero por mucho que sea habitual tal discriminación sigue sin parecerme aceptable; el capricho de irse a pasar unos días en la playa es muy comprensible, pero si uno tiene a un bebé a su cargo y lo deja sin cuidado durante un fin de semana, semejante capricho ya no resulta simpático sino criminal. ¿No opinas lo mismo que yo en estos casos?
Todo esto tiene que ver con la cuestión de la libertad, que es el asunto del que se ocupa propiamente la ética, según creo haberte dicho ya. Libertad es poder decir «sí» o «no»; lo hago o no lo hago, digan lo que digan mis jefes o los demás; esto me conviene y lo quiero, aquello no me conviene y por tanto no lo quiero. Libertad es decidir, pero también, no lo olvides, darte cuenta de que estás decidiendo. Lo más opuesto a dejarse llevar, como podrás comprender. Y para no dejarte llevar no tienes más remedio que intentar pensar al menos dos veces lo que vas a hacer; sí, dos veces, lo siento, aunque te duela la cabeza... La primera vez que piensas el motivo de tu acción la respuesta a la pregunta «¿por qué hago esto?» es del tipo de las que hemos estudiado últimamente: lo hago porque me lo mandan, porque es costumbre hacerlo, porque me da la gana. Pero si lo piensas por segunda vez, la cosa ya varía.
Esto lo hago porque me lo mandan, pero... ¿por qué obedezco lo que me mandan?, ¿por miedo al castigo?, ¿por esperanza de un premio?, ¿no estoy entonces como esclavizado por quien me manda? Si obedezco porque quien da las órdenes sabe más que yo, ¿no sería aconsejable que procurara Informarme lo suficiente para decidir por mi mismo? ¿Y si me mandan cosas que no me parecen convenientes, como cuando le ordenaron al comandante nazi eliminar a los judíos del campo de concentración? ¿Acaso no puede ser algo «malo» -es decir, no conveniente para mí- por mucho que me lo manden, o «bueno» y conveniente aunque nadie me lo ordene?
Lo mismo sucede respecto a las costumbres. Si no pienso lo que hago más que una vez, quizá me baste la respuesta de que actúo así «porque es costumbre». Pero ¿por qué diablos tengo que hacer siempre lo que suele hacerse (o lo que suelo hacer)? ¡Ni que fuera esclavo de quienes me rodean, por muy amigos míos que sean, o de lo que hice ayer, antes de ayer y el mes pasado! Si vivo rodeado de gente que tiene la costumbre de discriminar a los negros y a mí eso no me parece ni medio bien, ¿por qué tengo que imitarles? Si he cogido la costumbre de pedir dinero prestado y no devolverlo nunca, pero cada vez me da más vergüenza hacerlo, ¿por qué no voy a poder cambiar de conducta y empezar desde ahora mismo a ser más legal? ¿Es que acaso una costumbre no puede ser poco conveniente para mí, por muy acostumbrada que sea? Y cuando me interrogo por segunda vez sobre mis caprichos, el resultado es parecido. Muchas veces tengo ganas de hacer cosas que en seguida se vuelven contra mí, de las que me arrepiento luego. En asuntos sin importancia el capricho puede ser aceptable, pero cuando se trata de cosas más serias dejarme llevar por él, sin reflexionar si se trata de un capricho conveniente o inconveniente, puede resultar muy poco aconsejable, hasta peligroso: el capricho de cruzar siempre los semáforos en rojo a lo mejor resulta una o dos veces divertido pero ¿llegaré a viejo si me empeño en hacerlo día tras día?
En resumidas cuentas: puede haber órdenes, costumbres y caprichos que sean motivos adecuados para obrar, pero en otros casos no tiene por qué ser así. Seria un poco idiota querer llevar la contraria a todas las órdenes y a todas las costumbres, como también a todos los caprichos, porque a veces resultarán convenientes o agradables. Pero nunca una acción es buena sólo por ser una orden, una costumbre o un capricho. Para saber si algo me resulta de veras conveniente o no tendré que examinar lo que hago más a fondo, razonando por mí mismo. Nadie puede ser libre en mi lugar, es decir: nadie Puede dispensarme de elegir y de buscar por mí mismo. Cuando se es un niño pequeño, inmaduro, con poco conocimiento de la vida y de la realidad, basta con la obediencia, la rutina o el caprichito. Pero es Porque todavía se está dependiendo de alguien, en manos de otro que vela por nosotros.
Luego hay que hacerse adulto, es decir, capaz de inventar en cierto modo la propia vida y no simplemente de vivir la que otros han inventado para uno. Naturalmente, no podemos inventarnos del todo porque no vivimos solos y muchas cosas se nos imponen queramos o no (acuérdate de que el pobre capitán no eligió padecer una tormenta en alta mar ni Aquiles le pidió a Héctor permiso para atacar Troya... ). Pero entre las órdenes que se nos dan, entre las costumbres que nos rodean o nos creamos, entre los caprichos que nos asaltan, tendremos que aprender a elegir por nosotros mismos.
No habrá más remedio, para ser hombres y no borregos (con perdón de los borregos), que pensar dos veces lo que hacemos. Y si me apuras, hasta tres y cuatro veces en ocasiones señaladas.
La palabra «moral» etimológicamente tiene que ver con las costumbres, pues eso precisamente es lo que significa la voz latina mores, y también con las órdenes, pues la mayoría de los preceptos morales suenan así como «debes hacer tal cosa» o «ni se te ocurra hacer tal otra». Sin embargo, hay costumbres y órdenes -como ya hemos visto que pueden ser malas, o sea «inmorales», por muy ordenadas y acostumbradas que se nos presenten. Si queremos profundizar el' la moral de verdad, si queremos aprender en serio cómo emplear bien la libertad que tenemos (y en este aprendizaje consiste precisamente la «moral» o «ética» de la que estarnos hablando aquí), más vale dejarse de órdenes, costumbres y caprichos. Lo primero que hay que dejar claro es que la ética de un hombre libre nada tiene que ver con los castigos ni los premios repartidos por la autoridad que sea, autoridad humana o divina, para el caso es igual. El que no hace más que huir del castigo y buscar la recompensa que dispensan otros, según normas establecidas por ellos, no es mejor que un pobre esclavo. A un niño quizá le basten el palo y la zanahoria como guías de su conducta, pero para alguien crecidito es más bien triste seguir con esa mentalidad. Hay que orientarse de otro modo. Por cierto, una aclaración terminológica. Aunque yo voy a utilizar las palabras «moral» y «ética» como equivalentes, desde un punto de vista técnico (perdona que me ponga más profesoral que de costumbre) no tienen idéntico significado. «Moral» es el conjunto de comportamientos Y normas que tú, yo y algunos de quienes nos rodean solemos aceptar como válidos; «ética» es la reflexión sobre por qué los consideramos válidos y la comparación con otras «morales» que tienen personas diferentes. Pero en fin, aquí seguiré usando una u otra palabra indistintamente, siempre como arte de vivir. Que me perdone la academia...
Te recuerdo que las palabras «bueno» y «malo» no sólo se aplican a comportamientos morales, ni siquiera sólo a personas. Se dice, por ejemplo, que Maradona o Butragueño son futbolistas muy buenos, sin que ese calificativo tenga nada que ver con su tendencia a ayudar al prójimo fuera del estadio o su propensión a decir siempre la verdad. Son buenos en cuantos futbolistas y como futbolistas, sin que entremos en averiguaciones sobre su vida privada. Y también puede decirse que una moto es muy buena sin que ello implique que la tomamos por la Santa Teresa de las motos: nos referimos a que funciona estupendamente y que tiene todas las ventajas que a una moto pueden pedirse. En cuestión de futbolistas o de motos, lo «bueno» -es decir, lo que conviene- está bastante claro. Seguro que si te pregunto me explicas muy bien cuáles son los requisitos necesarios para que algo merezca calificación de sobresaliente en el terreno de juego o en la carretera. Y digo yo: ¿por qué no intentamos definir del mismo modo lo que se necesita para ser un hombre bueno? ¿No nos resolvería eso todos los problemas que nos estamos planteando desde hace ya bastantes páginas?
No es cosa tan fácil, sin embargo. Respecto a los buenos futbolistas, las buenas motos, los buenos caballos de carreras,
etc., la mayoría de la gente suele estar de acuerdo, pero cuando se trata de determinar si alguien es bueno o malo en general, como ser humano, las opiniones varían mucho. Ahí tienes, por ejemplo, el caso de Purita: su mamá en casa la tiene por el no va más de la bondad, porque es obediente y modosita, pero en clase todo el mundo la detesta porque es chismosa y cizañera. Seguro que para sus superiores el oficial nazi que gaseaba judíos en Auschwitz era bueno y como es debido, pero los judíos debían tener sobre él una opinión diferente. A veces llamarle a alguien «bueno» no indica nada bueno: hasta el punto de que suelen decirse cosas como «Fulanito es muy bueno, ¡el pobre! » El poeta español Antonio Machado era consciente de esta ambigüedad y en su autobiografía poética escribió: «Soy en el buen sentido de la palabra bueno... » Se refería a que, en muchos casos, llamarle a uno «bueno» no indica más que docilidad, tendencia a no llevar la contraria y a no causar problemas, prestarse a cambiar los discos mientras los demás bailan, cosas así.
Para unos, ser bueno significará ser resignado y paciente, pero otros llamarán bueno a la persona emprendedora, original, que no se acobarda a la hora de decir lo que piensa aunque pueda molestar a alguien. En países como Sudáfrica, por ejemplo, unos tendrán Por bueno al negro que no da la lata y se conforma con el apartheid, mientras que otros no llamarán así más que al que sigue a Nelson Mandela. ¿Y sabes por qué no resulta sencillo decir cuándo un ser humano es «bueno» y cuándo no lo es? Porque no sabemos para que sirven los seres humanos. Un futbolista sirve para jugar al fútbol de tal modo que ayude a ganar a su equipo y meta goles al contrario; una moto sirve para trasladarnos de modo veloz, estable, resistente... Sabemos cuándo un especialista en algo o cuándo un instrumento funciona como es debido porque tenemos idea del servicio que deben prestar, de lo que se espera de ellos. Pero si tomamos al ser humano en general la cosa se complica: a los humanos se nos reclama a veces resignación y a veces rebeldía, a veces iniciativa y a veces obediencia, a veces generosidad y otras previsión del futuro, etc. No es fácil ni siquiera determinar una virtud cualquiera: que un futbolista meta un gol en la portería contraria sin cometer falta siempre es bueno, pero decir la verdad puede no serlo. ¿Llamarías «bueno» a quien le dice por crueldad al moribundo que va a morir o a quien delata dónde se esconde la víctima al asesino que quiere matarla? Los oficios y los instrumentos responden a unas normas de utilidad bastante claras, establecidas desde fuera: si se las cumple, bien; si no, mal y se acabó. No se pide otra cosa. Nadie exige a un futbolista -para ser buen futbolista, no buen ser humano- que sea caritativo o veraz; nadie le pide a una moto, para ser buena moto, que sirva para clavar clavos. Pero cuando se considera a los humanos en general la cosa no está tan clara, porque no hay un único reglamento para ser buen humano ni el hombre es instrumento para conseguir nada.
Se puede ser buen hombre (y buena mujer, claro) de muchas maneras y las opiniones que juzgan los comportamientos suelen variar según las circunstancias. Por eso decimos a veces que
Fulano o Menganita son buenos «a su modo». Admitimos así que hay muchas formas de serlo y que la cuestión depende del ámbito en que se mueve cada cual. De modo que ya ves que desde fuera no es fácil determinar quién es bueno y quién malo, quién hace lo conveniente y quién no. Habría que estudiar no sólo todas las circunstancias de cada caso, sino hasta las intenciones que mueven a cada uno. Porque Podría pasar que alguien hubiese pretendido hacer algo malo y le saliera un resultado aparentemente bueno por carambola. Y al que hace lo bueno y conveniente por chiripa lo le llamaríamos «bueno», ¿verdad? También al revés: con la mejor voluntad del mundo alguien podría provocar un desastre y ser tenido por monstruo sin culpa suya. Me parece que por este camino sacaremos poco en limpio, lo siento.
Pero si ya hemos dicho que ni órdenes, ni costumbres ni caprichos bastan para guiar. nos en esto de la ética y ahora resulta que no hay un claro reglamento que enseñe a ser hombre bueno y a funcionar siempre como tal, ¿cómo nos las arreglaremos? Voy a contestarte algo que de seguro te sorprende y quizá hasta te escandalice. Un divertidísimo escritor francés del siglo XVI, François Rabelais, contó en una de las primeras novelas europeas las aventuras del gigante Gargantúa y su hijo Pantagruel. Muchas cosas podría contarte de ese libro, pero prefiero que antes o después te decidas a leerlo por ti mismo. Sólo te diré que en una ocasión Gargantúa decide fundar una orden más o menos religiosa e instalarla en una abadía, la abadía de Theleme, sobre cuya puerta está escrito este único precepto: « Haz lo que quieras. » Y todos los habitantes de esa santa casa no hacen precisamente más que eso, lo que quieren. ¿Qué te parecería si ahora te digo que a la puerta de la ética bien entendida no está escrita más que esa misma consigna: haz lo que quieras? A lo mejor te indignas conmigo: ¡vaya, pues sí que es moral la conclusión a la que hemos llegado!, la que se armaría si todo el mundo hiciese sin más ni más lo que quisiera!, ¿para eso hemos perdido tanto tiempo y nos hemos comido tanto el coco? Espera, espera, no te enfades. Dame otra oportunidad: hazme el favor de pasar al capítulo siguiente...

TALLER

1. En las ocasiones importantes las motivaciones corrientes resultan insatisfactorias  para justificar la conducta: cita 3 ejemplos de conducta para las que no sirva como justificación ni las órdenes ni las costumbres ni el capricho
2. Así que, las órdenes, las costumbres y los caprichos puede que sean motivos adecuados para obrar en muchas ocasiones… Pero si actuamos siempre guiados por esas motivaciones tendremos más de “borregos” que de persona: ¿qué debemos hacer para ser personas y no borregos?
3. Cuando se es un niño pequeño puede que baste con la obediencia, la rutina o el capricho: ¿por qué?
4. Pero el adulto ha de ser capaz de inventar, en cierto modo, la propia vida y no simplemente de vivir la que otros han inventado para uno… En esto consiste la libertad, lo más opuesto a dejarse llevar: ¿qué se entiende por Libertad?
5. Etimológicamente, la palabra “moral” tiene que ver con las costumbres y también con las órdenes. Sin embargo, hay que tener en cuenta que algunas costumbres y órdenes pueden ser malas, o sea “inmorales”- como ya hemos visto. Cita algún ejemplo más.
Nadie puede ser libre en tu lugar